lunes, 13 de mayo de 2013

Un parque, todo pasión

Por Juan Pablo Gómez

El Maracaná es, sin dudas, el estadio más imponente del mundo. Con capacidad para 80000 espectadores, allí se jugó la final de la Copa del Mundo de 1950 y se decidirá el campeón del próximo Mundial en 2014. Sin embargo, no tiene comparación con un reducto, un tanto más humilde, donde el fútbol se vive con la misma, o mayor aún, pasión. Los arcos están construidos con un poste de luz cada uno y con un tumulto de mochilas, el césped, donde hay, no es brasilero y en varios sectores no es recomendable caerse, árboles impiden el despliegue el juego de algunos y más de una vez hay que rogarle a señoras, que charlan mientras sus perros husmean todo el lugar, que se corran por riesgo a que salgan golpeadas. Pero nada es impedimento para que el fútbol se desarrolle con el corazón en la mano. El Parque Urquiza de Rosario es el Maracaná de un grupo de jóvenes, de diferentes edades, que convierten un simple espacio público en el estadio más importante del mundo. La jornada arranca a las tres de la tarde cuando comienzan a llegar los jugadores a la zona del parque. Se reúnen debajo de uno de los árboles, algunos se ponen a charlar, otros se cambian para jugar y el resto agarra una pelota para comenzar los movimientos pre competitivos. Llegando a las tres y media, se disponen a arrancar el partido repartiendo a los presentes en dos equipos iguales, sin faltar alguna discusión sobre la conformación de los grupos o sobre quién atajará primero. Ni bien se pone en marcha el partido se escucha la arenga de los defensores presagiando una jornada de buen fútbol. Cada gol conlleva un grito seco y golpe de palmas para reconocer el esfuerzo de los jugadores involucradas, y cada ocasión desperdiciada provoca algunos insultos y lamentos del resto del equipo. Todo es diversión hasta que empiezan las discusiones. Una pelota que atraviesa el arco elevada del suelo inicia una deliberación de si ese balón pasó por debajo del travesaño imaginario para modificar el marcador, o si fue muy alto y es sólo un saque de meta para el rival. Luego del entrevero y el fastidio de algunos, el juego continua y con él los goles, las discusiones entre compañeros y con los contrincantes. El fútbol es constante y cada uno se juega la vida en cada jugada para poder ganar su final del mundo, sólo se detiene luego de cada gol, o en cada discusión y algunos aprovechan para hidratarse, teniendo que ir hasta una canilla para cargar las botellas cada tanto. El partido estaba al rojo vivo, la diferencia era de pocos goles y cada uno dejaba todo en cada jugada para llevarse la victoria pero apareció un factor que dejó de lado el fútbol por unos minutos. Cuatro promotoras de una bebida energizante se acercaron para darles una muestra a todos los jugadores y sacarse fotos para promocionar su producto. Luego de las risas, las fotos y de hidratarse el juego continuó. Varios tantos en los últimos minutos hicieron que el partido se alargue, ganaba por uno un equipo, luego era empate y más tarde para el otro pero nadie se iba del parque. Hasta que el que llevó la pelota gritó: “Gol gana”. Unos minutos pasaron hasta que un derechazo impacte en el tumulto de mochilas e ingrese para desatar el festejo de unos y la desazón de otros. Luego de los festejos, se juntaron todos en uno de los arcos y entre bromas, reproches y análisis del juego se prestaban a abandonar el predio. Terminaba el sábado y todos pensaban en los que les deparará la semana, esperando a que pasen rápido los próximos siete días para ratificar el buen momento futbolístico o para tomar revancha de la derrota en ése mítico estadio, en su propio Maracaná.

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