lunes, 21 de octubre de 2013

Básquet y un amor, juntos

(Por Juan Pablo Gómez) Rosario es una ciudad pasional. En muchos ámbitos de la vida, sobre todo en el deporte, la ciudad siempre prioriza el corazón sobre otras cosas y se deja llevar por los latidos del mismo. Esto ocurre hasta en un deporte amateur, como el básquet, y en la categoría más baja de la liga local donde existe el mismo amor por la camiseta que en los grandes clubes y mayor aún si un ser querido es quien porta los colores.

Un domingo por la tarde como cualquier otro, donde algunas parejas van al parque, al Shopping o al cine a ver una película, un joven entra a la cancha de Édison donde está por disputarse un partido válido por la última fecha de la fase regular de la Liga Reserva C. En un ambiente muy familiar, donde predominan los hombres, esta chica se sienta y espera sola el arranque del partido.

Sale el local a la cancha, la joven se para, aplaude y, con los jugadores cerca, hace un gesto y grita el apodo de su novio: “Santi”. Él, un chico joven, cerca de un metro con noventa centímetros, de rulos, la ve, la saluda a la distancia y se sienta en el banco, hoy será suplente. El partido arranca y la joven no se muestra muy interesada ni entendida en el deporte, mirando el celular y cada tanto buscando con la vista a su pareja.

Sobre el final del primer cuarto, Santiago sale del banco, se para al borde de la cancha y ahí la imagen de esa chica callada cambia rotundamente y empieza a gritar, de pie. Se lamenta cuando Edison falla y se exalta cuando convierte. Los primeros dos puntos del joven fueron otro momento destacado en la tarde, su novia dio un pequeño salto, aplaudió y gritó: “¡Vamos Santi, bien!”.

La imagen se repitió durante todo el partido, cuando Santiago estaba en cancha, su novia se paraba y lo alentaba pero cuando se sentaba en el banco ella permanecía tranquila, casi como si el partido le importara poco. En el final, el joven terminó en cancha pero, al saber el partido perdido, no se mostraba mucha emoción. Cuando la chicharra sonó, el jugador se dio vuelta para saludar a su pareja, quien respondió con un beso a la distancia, y se retiró junto a sus compañeros al vestuario.

Al salir del vestuario, los enamorados se encontraron en la tribuna para ver el partido del equipo de Primera, sentados uno al lado del otro, por momentos abrazados, él mirando el partido y ella más preocupada por otras cosas que por lo que sucedía en la cancha. El deporte genera estas cosas, alguien que quizás jamás pensó pasar un domingo en un estadio, lo hace sólo por su novio pero puede mimetizarse con el público sin tener, quizás, ninguna información previa sobre el básquet.

Rosario es una ciudad pasional. No importa dónde, cuándo ni porqué pero siempre, en algún rincón, van a haber personas que priorizan al corazón poniendo, como en este caso, el deporte como la excusa perfecta.

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